martes, 12 de mayo de 2009

Cap 1 - Estrellas

Estrellas
Sábado 13 de enero 2007


Parte I

"Estrellas, pequeños puntitos blancos pintados con algún mágico pincel en el oscuro techo atmosférico, cómo olvidar a la mayor de las manchas, la luna; orgullosa de si misma complaciente de todo lo que la rodea, solitaria, como tantas personas gustosas con el dolor que las alimenta noche y día. Personas grises, un gris al margen de lo blanco, un gris más por encima de lo negro. Sonríen, y no entienden, no razonan, sólo están vacías. Como la luna, la divina personificación de la soledad, el amor, la trivialidad, la fuerza invisible con trono en el nocturno paraíso."

Madrugada del típico verano, viajaba en colectivo de larga distancia, junto a la ventanilla observaba el cielo nocturno y sus estrellas. Baje la mirada a mi mano algo resplandecía en ella, traía mi celular en el mismo 4 dígitos se podían distinguir, 3:35. Luego divise un conteo, tenia puesto un cronometro, faltaban diez minutos. ¿Diez minutos para qué? ¿Para intentar ser feliz? “Al menos unos días” mi cabeza había dejado escapar como un pensamiento autocomplaciente. ¿Al menos unos días? ¿Y cuando debiera volver? ¿Simplemente dejo de ser feliz? ¿Y continúo con mi vida? ¿Con la rutina? ¿Así sin más? Podía sentir mi cabeza en el punto de colapso, mis pensamientos se adueñaban nuevamente de mis sentidos, la tristeza se volvía hacer notar. Y antes de poder analizar mi último pensamiento, sonaba la alarma, observo la ventanilla y aún nos encontrábamos en la ruta, aún no llegaba a destino. Pude al menos divisar unas luces medias lejanas, supuse que allí era donde me dirigía. Resople, medite, los viajes no son de horario redondo, minutos más, minutos menos; siempre es así. Mantuve la calma de la ansiedad que sobresalía a la vista de mi propia mirada. La volvería a ver, después de tanto, ¿Cuánto es tanto? ¿Dos meses? ¿Y cuánto son dos meses para alguien que no sabe vivir por propia cuenta? sentía nervios, sentía miedos, sentía la necesidad de llegar de una vez por todas. Me pesaban los recuerdos, los llevaba en hombros, quería dejarlos y obtener nuevas memorias, memorias que enriquecieran mis ánimos, mis sueños, mi alma, a mí. Quería verla. Ella, Ana, el sentido de una relación basada en distancias, el sobre tacto de lo que ahora se vuelve necesario. Amando aquello que desde cualquier punto de vista es algo complicado, pero quién no sabe, o quién no se da cuenta que todo aquello que conlleva lucha es mucho más enriquecedor que cualquier otra cosa que se nos ceda de manera simple. Preferimos escalar la montaña, jamás rodearla. Ana reiría de este comentario, mostraría su calida sonrisa la cual es capaz de hacerme volver a la vida después de cualquier tipo de muerte, ella lo haría porque bien sabe que soy una persona complicada para las cosas. Siempre fui un ser que busca la manera difícil, qué no elijo los atajos, que jamás me dejo llevar por las facilidades, que siempre me conforto de que puedo hacer las cosa, de que soy capaz de lo que me propongo, aunque en muchas no las logre, las sufra. Mi hermosa Ana, el espíritu de cada cosa que hago y siento. El amor de mi vida. Las luces del colectivo fueron encendidas, divagando en mis pensamientos no me había dado cuenta de que ya habíamos entrado en el origen de las luces que hoy divisaba desde lejos, pregunte a mi acompañante de asiento, si, había llegado. Al bajar la pude ver, sentada, nos sonreímos al encuentro de miradas. Se veía tal como la recordaba, el silencio cayo sobre nosotros, sólo podíamos escuchar el mutuo latir de corazones, el respirar de ambas personas que se acercaban al encuentro que tan ansiadamente esperaban. Sentía felicidad, era nuestra semana, una semana para estar juntos, viviendo bajo el mismo techo, no había nada que pudiera arruinar ello. Luego en la casa después de la presentación ante su madre, la única presente por el momento, pasamos a tomar un café en el comedor. Mientras Ana me lo preparaba mire por sobre mi hombro observándola prepararlo, parecía una mentira en donde me encontraba, a tantos kilómetros de mi hogar, con la persona que me robaba sueño, lágrimas, sonrisas, amor, corazón, me encontraba con Ana. Me ofreció galletitas, más allá de que el viaje fue de 5 horas y no comí nada en el transcurso, no tenia hambre, sólo deseaba verla, observarla, apreciar nuestro momento, apreciarla a ella.
Y allí estábamos, ella y yo, solos, juntos. Sentados en el comedor, la tenía junto a mí, el resto de la familia se encontraba durmiendo. Ella dormiría en la habitación de lo padres yo en la de ella, no la vería hasta dentro de unas horas y no podía irme a dormir sin saciar mis deseos de sentirla. Comencé a Acariciarle la piel, morderle dulcemente los labios, jugar con su pelo, percibir su aroma, usaba todos mis sentidos para creerla presente, para sentirla viva, para considerarla mía. Dibujaba una y otra vez con la mirada su figura; adornaba de besos dulces su piel blanca como la luna. Reímos de la locura de pensar que me encontraba allí, y que permanecería por más de una semana, le dejaba calidas palabras en susurros que le hacían cosquillas en el oído las cuales embriagaban al corazón. Cuando nos besábamos al estar nuestras miradas tan cerca jugueteábamos a ser cíclopes, que tontamente pueden ser amantes, niños, o simple figuras de amor llenas de nostalgia, que se besan, que se acarician, que se aman. Le pregunte si me quería, quizás como pregunta retórica, o como pregunta cuya respuesta ignoraba de manera inconciente para así la misma fuera como una caricia de ángel, una luz purificando mi solitaria alma, a mi corazón desecho. Respondió, lo hizo con un “Te Amo” al que devolví de la misma manera, empecé de nuevo a morderle sus labios, y deje escapar una sonrisa entre besos, no había dolor, no había absolutamente nada que pudiera corromper aquel momento. ¿Realmente no lo había? Sentí como mis pensamientos se detenían en un silencio el cual creaba un vacío en mi interior, parecía tanto todo lo que estaba sucediendo a una mentira que por unos instantes oí temblar mi corazón, escuche como un grito desesperado de locura momentánea se liberaba en mi pecho, dejé que una sombra de terror me recorriera el cuerpo, carecía de razón el estado que invadía mis sentidos, no había comprensión a lo que me pasaba. Entre pensamientos y condenadas ideas empecé a notar que todo lo que me rodeaba se estaba volviendo turbio, mi corazón se cerraba, y Ana no se daba cuenta de nada, de absolutamente nada. “¿Realmente me amaba?” Mi cabeza se formulaba esa pregunta en la oscuridad que había comenzado a dominar en mi interior, no hubo respuesta que le satisficiera; si realmente existiera tal cosa. Mi alma se retorcía como pez fuera del agua, estaba sufriendo un repentino dolor que no llegue a expresar, pues el mismo no emitía palabras y aún menos entendía las razones de su aparición. No habían pasado ni 10 minutos desde que el delirio comenzó a devorarse mi bienestar que alcancé a darme cuenta que el mismo se estaba diluyendo. Si, así como la negra sombra había llegado se estaba yendo, sin razón alguna y coherencia que explicara lo sucedido. Como había llegado el dolor, fugazmente desapareció sin ser notado por Ana. Sin dar en ningún momento señales claras hice como si nada hubiera sucedido. Seguí como así sin más, ignore lo ocurrido.
Ese hecho fue algo que no le quise comentar en ningún momento a Ana, preferí guardármelo, supuse que sólo era un efecto secundario de los miedos que acarrea esta relación en su distancia. Ahora la tenía toda para mí, luego de haber sufrido tanto todo este tiempo en que llevábamos juntos nuestra relación, no podia arruinarlo, no debia; aunque a veces el sueño puede golpear demasiado fuerte y ese impacto contrae miedos, inseguridades. Quizás esto sólo era un reflejo de lo que de pronto seria algo concreto, mi partida en menos de una semana, lo más probable seria que me tomaría unos momentos hasta que pudiera disfrutar plenamente mis días junto a ella, al menos eso quería creer, a eso había venido, a ser feliz ¿no?. Tiempo, si, eso era lo que necesitaba para darme cuenta de lo que había logrado, estar junto a Ana la estrella que todas las noche observe en la inmensa lejanía de nuestro amor, casi como algo inalcanzable. Era nuestra segunda vez juntos, la ultima vez había sido dos meses atrás, aunque sólo nos habíamos visto por unas horas, en cambio ahora pasaríamos una semana juntos. No podía dejar que mis pensamientos me dominaran en los días que estaría allí. Me propuse a disfrutar de cada momento, a no dejarme llevar por mis desvaríos, a no arruinarlo. Había sucedido algo esa noche, las estrellas que estuvieron solas durante todo este tiempo ahora libres de su egoísta poseedor podían estar más juntas que nunca. Podían amarse.